domingo, 8 de marzo de 2009

La casona de las manzanas


Era una fría mañana del mes de enero, el rocío casi congelado yacía sereno y brillante sobre las plantas del enorme jardín. La casona se erigía imponente entre la densa niebla, la añosa madera de la construcción crujía a causa del escaso viento que soplaba, intermitente, a través de los árboles de aquel enorme y espectacular jardín.
En ese jardín, la negrura era evidente, la oscuridad producida por la espesa vegetación de árboles inmensos, manzanos cuyos frutos aún no asomaban y que lucían tan secos como la fuente a la entrada de la vieja casona; el viento producía lastimeros lamentos al colarse entre las ramas, y el frío calaba los huesos a medida que uno se acercaba a aquella zona, tétrica a los ojos de quien la miraba.
Cuenta la gente, que un par de décadas atrás, esa casa y ese huerto de manzanas eran tan espléndidos y hermosos que todo el pueblo acudía a las comidas de los domingos, únicamente para mirar el panorama; inclusive, el cura del pueblo gustaba de dar las misas al aire libre, frente a esa majestuosa fuente de mármol adornada con una enorme estatua de la Virgen de los Dolores.
Sin embargo, de un tiempo a la fecha, pareciera que la casa hubiere envejecido en poco tiempo, al quedar deshabitada, como si la añosa madera de la enorme casona supiera sobre los trágicos hechos que allí se suscitaron hacía veinte años.
Cuentan de una hermosa mujer que allí habitaba, era tan guapa que no pasaba desapercibida, además, llevaba varios años ya metida en el mundo de los negocios debido a su huerta y eso le había otorgado cierto porte y elegancia dignos de una mujer de alcurnia. No sobrepasaba los treinta y cinco años y a pesar de que no le faltaban pretendientes, la mujer no se había casado y no se le conocían romances; tampoco era muy devota, pero gustaba de hablar con la gente del pueblo, pues a pesar de su posición social y su fortuna bien hecha, era una mujer sencilla, era por ello que permitía que las misas se oficiaran en su jardín, justamente junto a su huerto; y no sólo eso, si no que, también invitaba a la gente del pueblo a la hora de la cosecha para que participasen de ésta y pudieran llevar a sus casas un poco del producto.
En el pueblo era querida por todos y secretamente odiada por muchas, que, por envidias, no se daban la oportunidad de tratarla ni aunque fuese como vecina. Sin embargo, nadie, ni siquiera aquellas mujeres que tanto rencor le guardaban, podía siquiera imaginar tan atroz destino para esa mujer.
Fue una tarde de Abril, el viento soplaba fresco y el sol abrasador comenzaba a ceder ante la diáfana luna, la casona de madera se erigía imponente y fuera, entre los manzanos, el viento hacía sonar las ramitas en una sinfonía adormecedora; dentro, la hermosa mujer tomaba el té, mientras trabajaba en sus cuadernos de contabilidad, enfundada en una hermosa pijama de satín rosado, jugueteaba con la goma del porta minas mientras sacaba las cuentas del mes; el escritorio de hermosa caoba se encontraba justamente al lado de la ventana, donde, por la mañana, el sol entraba calentando el hermoso cuarto, y por las noches, la luna iluminaba a través de las cortinas. De pronto, una ráfaga de viento azotó contra la ventana, abriéndola violentamente, cómo queriendo advertir a la mujer sobre lo que ocurriría más adelante; ella se levantó después del sobresalto y cerró la ventana, no sin antes echar un vistazo a la luna que comenzaba a asomar como una media sonrisa siniestra; suspiró, dio un sorbo a su bebida y volvió a sentarse frente a su escritorio. Se concentraba en su trabajo cuando la ventana volvió a abrirse de golpe y esta vez un gato negro entró a la habitación sobresaltando a la mujer, el gato ronroneó un poco, se estiró perezosamente y fue a echarse en la cama, justo al centro de la habitación.
La mujer volvió a levantarse para cerrar la ventana, pero en el momento en que se asomó, vio una luz brillante entre los manzanos, como si alguien estuviese jugando con espejos y apuntara directamente a aquella ventana; tomó su bata de dormir, se la puso, se calzó sus pantuflas y bajó a toda velocidad, armada únicamente con su teléfono celular y una lámpara; después de todo tal vez solo fuesen chiquillos tratando de hacerse los valientes.

Bajó corriendo las espectaculares escaleras de mármol y atravesó el recibidor con dirección a la cocina, pues era más sencillo salir por aquella puerta (la puerta de servicio). Salió al patio y vio que aquella luz seguía en el mismo punto, avanzó hacia allá sin prender aún la lámpara que llevaba en la mano, sin embargo, el punto luminoso se internó entre el huerto de manzanos, entonces, la mujer prendió la lámpara y siguió al punto luminoso, esperaba ver pisadas o escuchar risas o voces de los muchachos que jugaban a probar su valentía, pero el lugar seguía en silencio únicamente interrumpido por sus pisadas y el jadeo que el cansancio le provocaba.
Intentó correr un poco más rápido, pero a medida que ella avanzaba, la luz se adelantaba dejándola atrás; a la vez, sentía que la temperatura descendía, entonces notó que la luz se había detenido, la vio parpadear un par de veces antes de verla apagarse; dirigió la luz de su lámpara al lugar donde había visto desaparecer el destello y pudo ver una puerta cerrada con varios candados y una enorme cadena; recordaba esa puerta, recordaba los candados y la cadena, ella misma los había puesto hacía algunos años; sin embargo, el candado que sellaba la cadena estaba abierto y no había señales de que hubiese sido forzado; un escalofrío recorrió el cuerpo de la mujer que abrió la puerta sigilosa intentando borrar de su mente los recuerdos que esa puerta despertaba.
Era el viejo bodegón, donde años atrás solía guardarse la cosecha del huerto, allí mismo, el hijo y el marido de aquella mujer habían muerto de una forma trágica y sin que nadie supiera, habían sido brutalmente asesinados al descubrir a un par de ladrones que sacaban la cosecha para venderla después en el mercado negro. Desde entonces, la mujer había llorado en silencio día y noche por varios meses, hasta que decidió que la única manera de recuperarlos sería vivir por ellos y sacar adelante ese huerto.
La mujer miró alrededor alumbrando los lugares que recorría su vista, sintió un desagradable cosquilleo al ver las manchas de sangre seca y recordar aquel infortunado incidente; apartó la vista de aquel lugar y al dar la vuelta y dirigir la luz hacia enfrente le pareció ver a un niño pálido, ojeroso... como muerto. Dio un respingo ahogando un grito y al mover un poco la luz para ver bien ya no había nada.
Buscó la vieja lámpara de gasolina que solía colgar del techo y al alumbrarla vio el rostro demacrado de un hombre muy parecido al niño, dio otro respingo y al momento siguiente ya no había nada; se llevó la mano al pecho, sintió el corazón latiendo con tal fuerza que parecería que se le saldría del pecho, su respiración estaba agitada y temblaba de tal manera que sentía que las piernas no le aguantarían más; buscó en la bolsa de su bata un encendedor, lo encontró y lo tomó entre sus manos, pero éstas le temblaban tanto que el encendedor resbaló y cayó al suelo, no lo levantó, en lugar de eso buscó de nuevo entre sus ropas y pudo encontrar una caja de cerillas, intentó prender una pero no tuvo éxito, intentó con otra y con otra, hasta que finalmente pudo prender una de ellas y acercando sus temblorosas manos a la lámpara de gasolina la prendió torpemente.
El lugar se iluminó con un tenue velo amarillo y la mujer ahogó un grito al ver las paredes del lugar; escrito con sangre leyendas amenazadoras; regadas en el piso notas de los diarios de ese día atroz, con los rostros de su esposo y su hijo; la mujer cayó al suelo, sintió que la respiración le faltaba y corrió hacia la puerta, sin embargo, no pudo abrirla, se había cerrado desde fuera, la mujer volvió a caer, esta vez las lágrimas corrían por su rostro sin que ella pudiese controlarlas, se escuchó de pronto una risa de niño, la mujer volteó a todos lados, le sonaba conocida, intentó recordar, repasó a los niños del pueblo y ninguno era portador de esa risa, recordó entonces que era su propio hijo quien reía así; abrió mucho los ojos intentando ver al autor de esa mala broma pero no pudo ver nada.

El aire estaba frío a pesar de estar en pleno verano, era un frío que calaba los huesos, la mujer trató de levantarse pero las piernas y la voluntad le temblaban, entonces escuchó una voz, una voz que murmuraba su nombre, una voz que ella conocía de sobra pero que creyó no volvería a escuchar jamás, esa voz murmuraba su nombre y una súplica:
"no me dejes" decía la voz y la mujer temblaba de pies a cabeza "ven con nosotros" volvía a decir
"mami" decía una voz infantil, "¿por qué ya no vienes a jugar conmigo? ¿Por qué nos dejaste a papá y a mi aquí abandonados?"...
Los murmullos siguieron y cada vez eran más crueles las cosas que decían, la mujer lloraba desesperada, apuntaba la lámpara en todas direcciones para saber de dónde provenía aquella broma pesada y se preguntaba quién en el pueblo la odiaría tanto para hacer eso.
La desesperación la invadía, los rostros de su hijo y de su esposo se hacían visibles a ratos, pero no eran los rostros alegres que ella recordaba, eran rostros fúnebres, tétricos...
Pasaron dos días y nadie en el pueblo había visto a la mujer, las personas que acostumbraban hacer negocio con ella se acercaban a la casa y llamaban a la puerta sin obtener respuesta; a lo lejos, se escuchaba un teléfono sonar, el sacerdote del pueblo y otras personas siguieron el sonido a través del oscuro huerto de las manzanas, al llegar al lugar y abrir la puerta, pudieron ver a la mujer tendida inerte en el suelo, con la mirada aterrada y la boca desencajada, sus uñas parecían haber estado arañando la enorme y pesada puerta pues había pedazos de ellas enterrados en la madera podrida.
Nadie imaginaba lo que allí había pasado, nadie imaginó nunca el terror que la mujer vivió y tampoco supieron lo que había pasado años atrás, cuando un par de bandidos decidieron darle muerte a un joven padre y a su pequeño de una cruel manera, y ahora, en ese mismo lugar, ambos regresaban para llevarse a la mujer y ser nuevamente una familia feliz. Desde entonces nadie acude ya a esa casa, nadie disfruta los jardines y el huerto se seca de a poco sumido en esa espesa neblina que parece haber llegado para quedarse en la casona de las manzanas...





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