martes, 3 de febrero de 2009

Hablando del Puchi

El 31 de Diciembre de hace 21 años, mi papá llegó a casa de mi abuelita emocionado después de visitar a mi mamá en el hospital, recuerdo que llegó corriendo a mi cama, pues estaba dormida y me despertó cómo cuando yo los despertaba en día de reyes.
-¡Ya nació tu hermanito!- me dijo con los ojos brillantes de emoción
-¿Es niño?- pregunté emocionada -¿Ya no había niñas?- dijo mi inocencia de niña de cinco años
-No hija, es niño- me dijo mi papá orgulloso y emocionado
-¡Entonces quiero un perrito!- le dije dandome la vuelta y volviendo a la calidéz de mis cobijas.
Un año más tarde, mientras celebrabámos el primer año de mi hermanito, una tía llegó con una sorpresa para mi, ¡Un perrito!
no era un perro grande, es más era más bien como un pequeño cuyo o una especie de roedor pues cabía perfectamente en la palma de la mano de papá y tenía espacio para moverse tranquilamente, era de raza maltés pequinés y no llegó a mí por casualidad, pues esa tía era dueña de los papás de ese cachorrito.
Recuerdo que no podíamos llevarlo a casa, además de que nunca había nadie allí para cuidarlo, así que decidimos que se quedaría con mi abuelita, donde siempre había alguien con quién jugar y a dónde iba después de la guardería. Mi abuelita tenía otro par de perritos, producto de una camada anterior, así que "el Puchi" o "Puchilangas" como le llamábamos de cariño, nunca se aburría.
Era un perrito noble y tierno, siempre estaba bajo la mesa del comedor justamente donde los rayos del sol calentaban amablemente; sin embargo siempre estaba lejos de sus hermanas, como intuyendo que no era bienvenido en su entorno. Pero esto no importaba, mi tío siempre lo sacaba a pasear, dejaba que hiciera sus necesidades fuera del departamento y lo animaba a explorar el entorno.
Mi padre, quien en un principio se oponía a que yo tuviese una mascota, adoraba a ese perrito, mismo al que hacía maldades cada que tenía oportunidad, lo tomaba de la colita y le daba vueltas hasta que el animalito vomitaba o lo agarraba de las cuatro patas y lo ponía patas arriba hasta que el pobre perrito chillaba de ansiedad... en su momento era divertido...
El pequeñin estuvo con nosotros bastante tiempo, hasta que un día comenzamos a verlo triste y vomitaba en todos los lugares posibles... en fin, comenzamos a verlo enfermo; tratamos de hacer lo posible para curarlo, sin embargo, el veterinario nos dijo que ya nada se podía hacer, que estaba ya bastante enfermo...
Sé que no es la primera ni la única mascota que ha muerto, sin embargo, este perrito me dio curiosidad pues el día en que murió comenzó a hacer una especie de rito, cómo despidiéndose de la familia, se quedaba echado frente a las puertas de los cuartos a ratitos, tranquilo, sereno, lo repitió en las tres habitaciones del departamento hasta que, al último, se quedó dormido en su lugar favorito, bajo la mesa del comedor, donde los rayos del sol calentaban mejor, y de ahí no despertó.
Fue una cruel pérdida incluso para sus hermanitas que poco convivían con él, mi tío lloro bastante y yo también, aunque no me explicaba aún qué era lo que le había sucedido, mi tía me dijo que lo habían envenenado y mi tío (que después de eso decidió estudiar para veterinario) me dijo mucho después que murió enfermo de parvo virus... sea lo que haya sido fue triste... de ahí he tenido ya varias mascotas, entre ellas un perrito coquer que no recuerdo, un maltés que murió de viejito, una perrita callejera que mi padre regaló porque no le obedecía, un pastor alemán que también murió enfermito y otro coquer todo burris que decidí enviar a vivir con mi abuelita, además de dos hamsters y un conejo que murio picado por una araña... pero quien mas marco mi corazoncito fue el "puchilangas" fue un perrito noble y tierno...

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